Resistencia al cambio, el reto de las universidades con la educación en línea
COVID-19 evidencia en la educación superior de América Latina retos básicos de infraestructura y resistencia al cambio.
Por Renzo Casapía, profesor de cátedra de EGADE Business School
La adopción de nuevas tecnologías ha sido siempre un proceso lento para el sector educativo. La invención de la imprenta marcó un hito en el s. XV, pero generó en la academia temores sobre su efecto en el proceso creativo que hasta entonces estaba identificado con cómo los pupilos interpretaban en escritos las enseñanzas del maestro. El potencial de transformación de la imprenta era mucho mayor que los retos, pero, aun así, tomó décadas para que los libros impresos fueran usados masivamente en la enseñanza.
Mientras hoy muchas industrias aprovechan ingentes cantidades de datos para predecir el comportamiento de sus clientes, la educación superior enfrenta retos básicos de infraestructura y resistencia al cambio. COVID-19 ha puesto en evidencia estos desafíos provocando un tsunami en la comunidad educativa.
El curso de Inteligencia de Negocios que dicto en EGADE Business School pasó a modalidad virtual de una semana a otra sin contratiempos combinando el uso de Canvas como LMS (Learning Management System) y Zoom. Mucha visión, años de inversión en recursos y entrenamiento han sido necesarios para que ésta y otras escuelas puedan dar este salto de manera positiva.
Muchas universidades, sin embargo, tardaron semanas en identificar necesidades básicas de acceso a internet, equipo de cómputo y tecnología básica que pudiera dar continuidad a sus programas; miles de profesores tuvieron que vencer miedos escénicos y redes inestables y asumir con mucha incertidumbre el nuevo modelo. Hubo poca oportunidad para ajustar la carga de trabajo o el número de horas que debía durar una clase virtual. Ante este escenario de prueba y error, padres y estudiantes percibieron una educación de calidad inferior. Un reporte reciente de McKinsey estima un 15% de reducción de alumnado en el sistema universitario de EE.UU.; buena parte de la caída ligada a esta percepción.
La educación en línea ha sido por mucho tiempo concebida como el proceso de virtualizar un aula tradicional. La realidad es que, al igual que en otras industrias, el perfil, la expectativa y la experiencia del cliente en un ambiente digital es totalmente diferente. Las mejores universidades del mundo desarrollan sus programas virtuales separadamente porque entienden que están enfrentando un cliente muy diferente. Yale, Harvard y Penn, por ejemplo, han encargado a 2U, líder en transformación digital, esta difícil tarea.
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No todas las universidades se pueden permitir un 2U. Un modelo hecho en casa consiste en encargar a profesores la creación de cursos en un LMS gratuito como Google Classroom o Moodle, motivarlos a “subir” tareas y a usar aulas virtuales. Sin embargo, la comunidad académica requiere también de entrenamiento exhaustivo sobre cómo realinear sus objetivos de clase, calendarizar actividades, reformular evaluaciones, definir formas de comunicación con estudiantes, entre otras habilidades que aseguren aprendizaje real y significativo.
¿Hay algo más allá de una clase virtual y tareas largas?
Si bien muchos de nuestros retos son de infraestructura básica, las universidades en América Latina no pueden dejar de mirar al futuro ni de experimentar con el uso de tecnología. Herramientas gratuitas como Kahoot, Quizlet y Socrative enriquecen el ambiente virtual, permiten al docente evaluar informalmente a sus estudiantes e incrementan la participación y motivación. El contenido de YouTube y otras plataformas cumplen su labor de reforzar el aprendizaje, pero surgen otros desafíos: ¿Cómo alinear el contenido a los objetivos curriculares? ¿Quién garantiza la calidad de los contenidos? ¿Cómo guiar al estudiante? ¿Cómo evaluar el aprendizaje?
Enseñar y evaluar matemáticas no es lo mismo que enseñar historia. Asumir que una única herramienta cumplirá al 100% con las necesidades de la comunidad académica es arriesgado. Universidades como NYU, National University of Singapore (NSU) y Yale usan la plataforma de WebAssign de Cengage para matemáticas y física, que permite al profesor programar su clase, diseñar tareas y exámenes a sus estudiantes (diferentes versiones para cada alumno), calificarlas y retroalimentar de manera personalizada. El profesor puede detectar temprana y sistemáticamente qué temas debe reforzar y con qué alumnos.
PHET de la
Universidad de Colorado (disponible en español) y Labster
ofrecen simuladores de química, biología y otras áreas que reemplazan la
experiencia que los estudiantes tienen en laboratorios físicos. Soluciones como
Simcase, usadas en Wharton y Kellogg, aprovechan los smartphones,
por ejemplo, para ejercicios de negociación donde dos estudiantes reciben roles
de comprador y vendedor, y el profesor puede observar las estrategias usadas y evaluar
la efectividad de los estudiantes.
Saint Paul Business School en Brasil utiliza a “Paul”, un asistente de interigencia artificial soportado por Watson de IBM, para recomendar rutas personalizadas de aprendizaje, elegir material de estudio de acuerdo al tiempo que los estudiantes tengan disponible y responder cualquier duda las 24 horas del día.
La educación en línea convivirá por largo tiempo con la educación presencial y estará marcada por el avance de inteligencia artificial, la realidad virtual y la necesidad imperiosa de generar data que nos permita entender finalmente cómo aprende cada uno de nuestros estudiantes; qué recursos (video, clase en vivo, podcast o lectura) disfrutan y son más efectivos en su aprendizaje, algo que la educación tradicional no ha logrado. El futuro de la educación será, sin duda, un escenario genial para aprender y reaprender.
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