¿Qué es el “valor compartido” y por qué México debe adoptarlo?
Con este modelo ético de negocios, las empresas pueden contribuir a enfrentar los retos sociales, económicos y ambientales actuales.
Por Álvaro de Garay*
En los últimos veinte años la relación empresa-sociedad ha cambiado drásticamente. Ahora la sociedad espera de las empresas una mayor participación en la solución de problemas como la desigualdad, la pobreza extrema, los derechos humanos o el cambio climático. Frente a esta nueva realidad, los empresarios del siglo XXI deben actuar si quieren ayudar a las comunidades y ayudarse a sí mismos siendo parte de la solución. La pregunta es: ¿Cómo?
No hay una respuesta simple, pero sí mucha controversia. Por ejemplo, las empresas que han aceptado ser clasificadas en rankings que utilizan los criterios ESG (Environment, Social & Governance) están invirtiendo muchos recursos para alcanzar buenas posiciones y con ello atraer a inversionistas institucionales globales que condicionan parcialmente sus inversiones a la cantidad y calidad de recursos que las empresas dedican a atender temas sociales, ambientales y de gobernanza.
Una de esas empresas es BlackRock, que tiene activos bajo administración de 7 billones de dólares. Su fundador y actual director general, Larry Fink, ha manifestado en distintos foros que las empresas deben tener un propósito social. Sus ideas están en total sintonía con la visión de las empresas que integran la llamada Business Roundtable, asociación que propone que las corporaciones trabajen no sólo para sus accionistas, sino para todos los grupos de interés que contribuyen a la generación de valor, como las comunidades en las que operan, impulsando un nuevo capitalismo más justo y sostenible.
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Todo esto que suena tan bien, no ha sido recibido con el mismo entusiasmo por todo mundo. Por ejemplo, el Consejo de Inversionistas Institucionales de EE. UU., en el que participan miles de administradores de fondos de pensiones que manejan en conjunto más de 4 billones de dólares, ha expresado su desacuerdo con esta idea. Afirman que, para ellos, lo más importante ha sido y seguirá siendo satisfacer las expectativas de ganancia de sus accionistas. Más aún, consideran que desviarse de tal objetivo implicaría no cumplir con el deber fiduciario que tienen con sus clientes.
En el ámbito académico se escuchan también voces críticas como la de Michael Porter, quien ha asesorado a cientos de empresas en todo el mundo sobre temas de estrategia competitiva. Para el profesor de Harvard, acciones bien intencionadas como las de BlackRock, los principios de la ONU en torno a las inversiones socialmente responsables, y su correspondiente sistema de rankings sobre ESG, no son la mejor manera en la que las empresas pueden contribuir a resolver los graves problemas y retos que enfrentan las sociedades en el mundo. La solución que plantea Porter es que las empresas integren a sus estrategias el concepto de “valor compartido”, es decir, la idea de que las empresas deben trabajar para crear valor en los ámbitos económico y social.
Para Porter, la propuesta de valor debe ser concebida teniendo en cuenta las necesidades sociales y de mercado simultáneamente. Innovar con productos nuevos que satisfagan las necesidades de los pobres, mejorar la productividad en la cadena de valor incorporando a grupos de proveedores que carecen del conocimiento a través de programas de capacitación y asesoramiento, o bien mejorando el entorno en el que operan, realizando inversiones en infraestructura, capacitación de la mano de obra y otros factores que contribuyen a la competitividad de una industria. Todo lo anterior, de acuerdo con Porter, no debe ser logrado a costa de las utilidades y del rendimiento de las inversiones. En sus numerosos artículos escritos sobre el tema, Porter cita múltiples ejemplos de empresas que han logrado con gran éxito la implementación del este modelo.
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En un país como México, creo que el camino a seguir es el recomendado por Porter. La razón es que México pertenece al conjunto de países en los que el capital, el talento, el emprendimiento y la innovación son escasos y las necesidades muy grandes y diversas. En este contexto, el mercado y los agentes de cambio del sector privado pueden responder a los retos que enfrenta el país con la rapidez y en la escala necesarias sin poner en riesgo la rentabilidad de los negocios o la viabilidad misma del sistema de mercado.
En México hay algunos ejemplos exitosos para mejorar el nivel de ingreso de empresas pequeñas dándoles trabajo, oportunidades de crecimiento, asistencia técnica y acceso al crédito. Esto corresponde a lo que Porter considera la generación de “valor compartido” a través de mejoras en la cadena de valor. Tal es el caso del proyecto Margarita implementado por la empresa Danone, que incorpora a pequeños productores de leche de Jalisco a su cadena de valor ofreciéndoles la oportunidad de vender la leche que producen a Danone (y a otras empresas como Bimbo) dotándolos de asesoría técnica para que lo hagan de manera eficiente y sustentable. El proyecto comenzó en 2010 y ahora tiene el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo y de su laboratorio de innovación, con lo cual se logrará beneficiar con créditos y asistencia técnica a más de 900 pequeños productores de leche.
*Álvaro de Garay, profesor de Gobierno Corporativa y Ética en EGADE Business School del Tecnológico de Monterrey.
Nota del editor: Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión y refleja únicamente la visión del autor, no necesariamente el punto de vista de Alto Nivel